El día de San Valentín

martes, 14 de abril de 2009

El día de San Valentín


Hasta este año, el catorce de febrero no era, para mí, nada más insustancial que una simple fiesta consumista que impulsaba a todos aquellos que disfrutaban de la compañía de una pareja a que comprasen o, mejor dicho, malgastasen el dinero para mostrarle a su enamorado ese sentimiento que les invade cada mañana al verlo o cada vez que escucha su voz a través del hilo telefónico y que, desde mi humilde punto de vista, debe estar presente a cada paso que la relación da.
Pero este año ha sido diferente, novedoso. Este año, San Valentín, ese pequeño ángel con rostro de niño y alas celestiales, me ha mostrado su otra cara. Esa noche el aleteo de sus diminutas alas me envolvió y el aroma que sus flechas desprendían me enseñó la razón por la cual esta fiesta se celebra. Su sonrisa traviesa me mostró el camino a la felicidad y sus dorados cabellos se agitaron al preguntarle, en sueños, la razón de su visita.
En aquella quimera que ocupaba los rincones de mi mente mientras soñaba, el pequeño ángel me habló, se rió, me rozó la mejilla con sus deditos y me miró a los ojos de manera que mi mirada llegó a perderse en la azul marea de su alma.
-¿Por qué? –pregunté temiendo que tan precioso querubín se desvaneciese ante mi pregunta.
No contestó y eso me atemorizó. Permaneció callado sin despegar sus ojos de los míos. Por un momento, me percaté de que aquello que me estaba ocurriendo suponía una ilusión más en mi vida, una simple ilusión aparecida en una noche de sueños y locuras que nunca llegaría a cumplirse, ya que no lo merecía. No era yo la elegida.
Oculté los ojos tras los párpados y noté el calor de una mano amiga que envolvía mi rostro y lo acariciaba con el sentimiento más puro y real que jamás había sentido. Me dejé llevar, permití que mi mente y mi corazón superasen todas las barreras impuestas, volé por encima de las cabezas de cuantos me habían intentado cortar las alas y me habían arrastrado junto a ellos al suelo y habían visto cómo mis sueños se deshacían cual cera derretida por el calor de una chimenea y por el ardor implacable de sus llamas.
Mi mirada despertó de nuevo. El angelical y risueño niño había desaparecido, pero ante mí estaba él. Aquel que había rozado mi pelo con sus labios y que había recorrido mi cintura con sus dedos. Aquel que invadía mis pensamientos y quien se presentaba como el dueño de mis sentimientos. Era él y estaba junto a mí.
Entonces lo entendí.

Mireia Bagué
2n Batxillerat

0 comentarios: